Tomar conciencia de nuestras proyecciones sobre,
nuestras relaciones y el entorno, es el verdadero camino para acceder a la
realidad huidiza de la sombra. Cuando no reconocemos las proyecciones que
realizamos sobre los demás, los aspectos de nuestra sombra se vuelven contra
nosotros, es nuestra energía psíquica quien nos ataca, activando estados de
angustias y depresiones.
Para que esto no nos siga sucediendo es necesario
aprender a reintegrarlas en la zona consciente del Ser, obteniendo una armonía
entre la sombra y el lado consciente.
La proyección consiste en ver, oír y sentir, por
refracción sobre el exterior, las emociones, las cualidades y los rasgos que
han sido rechazados en uno mismo. Se produce entonces un desplazamiento del
material psíquico, desde tu interior hacia fuera de ti, es decir, todo lo que
es inaceptable para el yo consciente será reencontrado tarde o temprano fuera
de uno mismo, desplegado sobre las personas y el entorno.
En el proceso de la proyección lo único de lo que
somos conscientes es de que estamos bajo la influencia de un sentimiento
intrigante, experimentamos atracción si lo que proyectamos es de nuestro
agrado, o repulsión si lo que proyectamos se convierte en amenazas para
nosotros, por lo tanto, tenderemos a idealizar a la persona en el primer caso,
o bien a despreciarla en el segundo caso.
Es importante aclarar que toda proyección escapa de la
verdadera realidad que es neutra, cuando proyectamos creemos que estamos en una
realidad distinta a la nuestra, pero en realidad lo que vivimos se encuentra en
nuestro inconsciente.
El amor pasional ofrece un terreno fértil para las
proyecciones. La persona amada que sirve de soporte simbólico de la proyección
se encuentra investida de un aspecto fascinante. Si el amor es recíproco, hay
proyección mutua.
En la fase de atracción, el enamorado ve en su amada
la encarnación de cualidades que él desearía poseer, pero cuya adquisición ha
sido arrojada a la sombra, por eso, uniéndose a ella, siente que recupera por
su propia cuenta las cualidades deseadas que él mismo ha ocultado, pero una vez
que se enfría la pasión, sobreviene un cambio brusco de la situación, porque en
el amor pasional la fascinación es cambiante. Con el desgaste cotidiano, la
atracción llega incluso a transformarse insensiblemente en repulsión. No es la
personalidad del amante lo que ha cambiado, sino la fascinación primera, que se
transformó en espanto. En efecto, con la disminución de la atracción sexual,
los viejos miedos alimentados por la sombra, vuelan a la superficie. Se vuelve
al punto de partida.
En la pareja, lo que fascinaba al comienzo de la
relación se convierte en algo insignificante. El esposo tiene entonces la
impresión de que la esposa ideal del tiempo del enamoramiento ha cambiado
completamente: de dinámica, se ha metamorfoseado en histérica; de reservada; de
perseverante, en una testaruda. Y la esposa vive el mismo drama; ve que su
cónyuge se ha transformado: de tranquilo, en aburrido; de afectuoso, en maníaco
sexual; de ahorrador, en avaricioso: de bohemio, en infiel. Las razones por las
que se habían juntado se han convertido en motivos de separación.
Es muy difícil salir de los procesos que generan las
proyecciones. No queda más opción que de dejar de culparse el uno al otro,
reapropiarse de su sombra respectiva y volver a construir una nueva relación
basada en el respeto mutuo de su personalidad.
Proyección
objetiva:
Se puede observar en el alguien una actitud de torpeza
y falta de higiene sin sentirse tocado o afectado por ellas.
Proyección
deformada por la sombra:
Si al observar en el alguien una actitud de torpeza y
falta de higiene nos pone nerviosos, repugnancia o incluso miedo, hay motivos
para creer que se ha hecho la proyección sobre el individuo en cuestión. Se ha
reconocido en él algo que durante la vida no se había querido reconocer en uno
mismo, y que uno se ha esforzado por arrojar al inconsciente.
Ocurre lo mismo con los prejuicios. Si una persona
tiende a atribuir, sin razón, intenciones malas a alguien, o peor aún, a sospechar
de él sin motivo válido, es evidente que está reflejando sobre él una parte
secreta de sí misma que se ha esforzado por negar hasta entonces.
Proyectar la sombra sobre alguien equivale a ponerle
una máscara sobre el rostro y a actuar en consecuencia. El personaje creado de
esta manera fascina o repele, según el caso. La máscara que se creía
perfectamente ajustada a la personalidad del otro no lo está siempre, y amenaza
con caerse.
No es fácil deshacerse de las proyecciones. Incluso en
los momentos de duda, intentamos convencernos contra toda evidencia, de que el
otro es como se le había juzgado la primera vez. Y para no ceder en su
proyección, para luego, evitar tener que medirse de pronto con la realidad de
su sombra, el proyector está dispuesto a recurrir a argumentos falsos para
justificar sus juicios condenatorios. Si el proyector se empeña en mantener a
toda costa las proyecciones de su sombra sobre el otro, no tardará, después de
un cierto tiempo, en sentirse de repente despojado, disminuido y menoscabado en
su ser.
Es fácil imaginar la enorme suma de energía psíquica
que derrochamos en cada proyección. Y quien intente mantener la proyección de
su sombra sobre el prójimo se deslizará, poco a poco, hacia el agotamiento
psíquico y a un estado de depresión. Se sentirá despojado, disminuido y
empobrecido en todos los planos. Por consiguiente vivirá a la defensiva, tendrá
miedo a correr riesgos, tenderá a compararse con los demás y se considerará
inferior. Finalmente, tenderá a culparse de no hacer nada y, sobre todo, de no
servir para nada.
Cuando nuestra actitud es la de eliminar nuestra
sombra, ella vuelve a imponer su presencia con fuerza y espíritu de venganza, y
lo hace de diversas maneras: ansiedad, sentimiento de culpabilidad, miedo y
depresión. “Todo reino dividido internamente acaba en la ruina”.
En el trabajo de integración de la sombra es necesario
de armarse de paciencia, es intentar mucha veces explorar y reintegrar un rasgo
de la sombra y no procurar reintegrarlo de un solo golpe. Existe un tiempo para
que la sombra termine de disolverse y recomponerse con los elementos
conscientes. Muchas veces el proceso consiste en acumular pequeñas victorias
para obtener una reintegración satisfactoria de la sombra.
Aceptar las
proyecciones.
En nuestras proyecciones, tenemos que tomar conciencia
de que no somos el objeto de ataques o humillaciones que vienen de afuera, sino
que somos nosotros quienes procuramos inconscientemente atacar y humillar al
prójimo. Reconocernos responsables de las polarizaciones de la sombra nos
permite tomar posesión de ellas, en lugar de dejarse poseer por ellas.
Lo primero que es necesario realizar es la
identificación con la propia sombra. Por ejemplo, si yo pienso: “Todo el mundo
me odia”, transformaré ese pensamiento en esta otra reflexión: “Yo odio a todo
el mundo”.
La Sombra del
Niño Interior.
La sombra que forma en la etapa de la niñez o la
adolescencia: Como consecuencia de una herida recibida, entonces, uno ha
relegado a las prisiones del inconsciente toda una parte de sí mismo. Por un
miedo a la reacción negativa de un progenitor, uno rechaza una emoción, un
rasgo de carácter, un talento o una manera de pensar, tiende a paralizar al
mismo tiempo su potencial psíquico, y se encuentra incapacitado para el resto de
su vida.
De entrada es necesario identificar en un mismo la
parte herida del niño interior que se ha intentado esconder y olvidar para
siempre jamás. Una vez descubierto en uno mismo el niño todavía herido, con
mucha compasión se elegirá tomarlo de la mano y no soltarlo más, hasta nuestro
último día.
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