domingo, 17 de mayo de 2020

Hackeando Al Inconsciente: Las Proyecciones

Tomar conciencia de nuestras proyecciones sobre, nuestras relaciones y el entorno, es el verdadero camino para acceder a la realidad huidiza de la sombra. Cuando no reconocemos las proyecciones que realizamos sobre los demás, los aspectos de nuestra sombra se vuelven contra nosotros, es nuestra energía psíquica quien nos ataca, activando estados de angustias y depresiones.


Para que esto no nos siga sucediendo es necesario aprender a reintegrarlas en la zona consciente del Ser, obteniendo una armonía entre la sombra y el lado consciente.

 

La proyección consiste en ver, oír y sentir, por refracción sobre el exterior, las emociones, las cualidades y los rasgos que han sido rechazados en uno mismo. Se produce entonces un desplazamiento del material psíquico, desde tu interior hacia fuera de ti, es decir, todo lo que es inaceptable para el yo consciente será reencontrado tarde o temprano fuera de uno mismo, desplegado sobre las personas y el entorno.

 

En el proceso de la proyección lo único de lo que somos conscientes es de que estamos bajo la influencia de un sentimiento intrigante, experimentamos atracción si lo que proyectamos es de nuestro agrado, o repulsión si lo que proyectamos se convierte en amenazas para nosotros, por lo tanto, tenderemos a idealizar a la persona en el primer caso, o bien a despreciarla en el segundo caso.

 

Es importante aclarar que toda proyección escapa de la verdadera realidad que es neutra, cuando proyectamos creemos que estamos en una realidad distinta a la nuestra, pero en realidad lo que vivimos se encuentra en nuestro inconsciente.

 

El amor pasional ofrece un terreno fértil para las proyecciones. La persona amada que sirve de soporte simbólico de la proyección se encuentra investida de un aspecto fascinante. Si el amor es recíproco, hay proyección mutua.

En la fase de atracción, el enamorado ve en su amada la encarnación de cualidades que él desearía poseer, pero cuya adquisición ha sido arrojada a la sombra, por eso, uniéndose a ella, siente que recupera por su propia cuenta las cualidades deseadas que él mismo ha ocultado, pero una vez que se enfría la pasión, sobreviene un cambio brusco de la situación, porque en el amor pasional la fascinación es cambiante. Con el desgaste cotidiano, la atracción llega incluso a transformarse insensiblemente en repulsión. No es la personalidad del amante lo que ha cambiado, sino la fascinación primera, que se transformó en espanto. En efecto, con la disminución de la atracción sexual, los viejos miedos alimentados por la sombra, vuelan a la superficie. Se vuelve al punto de partida.

 

En la pareja, lo que fascinaba al comienzo de la relación se convierte en algo insignificante. El esposo tiene entonces la impresión de que la esposa ideal del tiempo del enamoramiento ha cambiado completamente: de dinámica, se ha metamorfoseado en histérica; de reservada; de perseverante, en una testaruda. Y la esposa vive el mismo drama; ve que su cónyuge se ha transformado: de tranquilo, en aburrido; de afectuoso, en maníaco sexual; de ahorrador, en avaricioso: de bohemio, en infiel. Las razones por las que se habían juntado se han convertido en motivos de separación.

 

Es muy difícil salir de los procesos que generan las proyecciones. No queda más opción que de dejar de culparse el uno al otro, reapropiarse de su sombra respectiva y volver a construir una nueva relación basada en el respeto mutuo de su personalidad.

 

Proyección objetiva:

Se puede observar en el alguien una actitud de torpeza y falta de higiene sin sentirse tocado o afectado por ellas.

 

Proyección deformada por la sombra:

Si al observar en el alguien una actitud de torpeza y falta de higiene nos pone nerviosos, repugnancia o incluso miedo, hay motivos para creer que se ha hecho la proyección sobre el individuo en cuestión. Se ha reconocido en él algo que durante la vida no se había querido reconocer en uno mismo, y que uno se ha esforzado por arrojar al inconsciente.

 

Ocurre lo mismo con los prejuicios. Si una persona tiende a atribuir, sin razón, intenciones malas a alguien, o peor aún, a sospechar de él sin motivo válido, es evidente que está reflejando sobre él una parte secreta de sí misma que se ha esforzado por negar hasta entonces.

 

Proyectar la sombra sobre alguien equivale a ponerle una máscara sobre el rostro y a actuar en consecuencia. El personaje creado de esta manera fascina o repele, según el caso. La máscara que se creía perfectamente ajustada a la personalidad del otro no lo está siempre, y amenaza con caerse.

 

No es fácil deshacerse de las proyecciones. Incluso en los momentos de duda, intentamos convencernos contra toda evidencia, de que el otro es como se le había juzgado la primera vez. Y para no ceder en su proyección, para luego, evitar tener que medirse de pronto con la realidad de su sombra, el proyector está dispuesto a recurrir a argumentos falsos para justificar sus juicios condenatorios. Si el proyector se empeña en mantener a toda costa las proyecciones de su sombra sobre el otro, no tardará, después de un cierto tiempo, en sentirse de repente despojado, disminuido y menoscabado en su ser.

 

Es fácil imaginar la enorme suma de energía psíquica que derrochamos en cada proyección. Y quien intente mantener la proyección de su sombra sobre el prójimo se deslizará, poco a poco, hacia el agotamiento psíquico y a un estado de depresión. Se sentirá despojado, disminuido y empobrecido en todos los planos. Por consiguiente vivirá a la defensiva, tendrá miedo a correr riesgos, tenderá a compararse con los demás y se considerará inferior. Finalmente, tenderá a culparse de no hacer nada y, sobre todo, de no servir para nada.

 

Cuando nuestra actitud es la de eliminar nuestra sombra, ella vuelve a imponer su presencia con fuerza y espíritu de venganza, y lo hace de diversas maneras: ansiedad, sentimiento de culpabilidad, miedo y depresión. “Todo reino dividido internamente acaba en la ruina”.

 

En el trabajo de integración de la sombra es necesario de armarse de paciencia, es intentar mucha veces explorar y reintegrar un rasgo de la sombra y no procurar reintegrarlo de un solo golpe. Existe un tiempo para que la sombra termine de disolverse y recomponerse con los elementos conscientes. Muchas veces el proceso consiste en acumular pequeñas victorias para obtener una reintegración satisfactoria de la sombra.

 

Aceptar las proyecciones.

En nuestras proyecciones, tenemos que tomar conciencia de que no somos el objeto de ataques o humillaciones que vienen de afuera, sino que somos nosotros quienes procuramos inconscientemente atacar y humillar al prójimo. Reconocernos responsables de las polarizaciones de la sombra nos permite tomar posesión de ellas, en lugar de dejarse poseer por ellas.

 

Lo primero que es necesario realizar es la identificación con la propia sombra. Por ejemplo, si yo pienso: “Todo el mundo me odia”, transformaré ese pensamiento en esta otra reflexión: “Yo odio a todo el mundo”.

 

La Sombra del Niño Interior.

La sombra que forma en la etapa de la niñez o la adolescencia: Como consecuencia de una herida recibida, entonces, uno ha relegado a las prisiones del inconsciente toda una parte de sí mismo. Por un miedo a la reacción negativa de un progenitor, uno rechaza una emoción, un rasgo de carácter, un talento o una manera de pensar, tiende a paralizar al mismo tiempo su potencial psíquico, y se encuentra incapacitado para el resto de su vida.

 

De entrada es necesario identificar en un mismo la parte herida del niño interior que se ha intentado esconder y olvidar para siempre jamás. Una vez descubierto en uno mismo el niño todavía herido, con mucha compasión se elegirá tomarlo de la mano y no soltarlo más, hasta nuestro último día.

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