INTRODUCCIÓN:
En
este curso vamos a trabajar para generar un nuevo concepto y el entendimiento a
lo que llamamos enfermedad o síntoma. Para desarrollar el mismo he tomado como
material de consulta a los siguientes temas, referentes y libros:
- -Nueva Medicina Germánica - Dr.
Hamer
- -Somatizar - Sol Ahimsa.
- -Psicología y Medicina China
– León Hammer.
- -Trudi
Thali – Sanación de los canales de luz.
CONCEPTO
SALUD/ENFERMEDAD:
Enfermedad
y salud son dos conceptos que se refieren a un estado del ser humano y no al
estado de los órganos o partes del cuerpo. En realidad en el cuerpo se
manifiesta el estado psíquico, por lo tanto, el cuerpo no está ni enfermo ni
sano.
El
cuerpo es el vehículo de manifestación de los cambios y procesos que se
producen en la mente. El proceso de salud se da cuando hay equilibrio entre
mente y cuerpo, con una comunicación regular. Escuchando nuestro interior o
escuchando a nuestro cuerpo, se mantendrá el crecimiento y la salud.
La
enfermedad se da cuando hay un conflicto entre la naturaleza interna frente a
la resistencia del cuerpo. De forma, que cuando se produce la enfermedad se
crea una comprensión y se libera el mensaje no escuchado. Si se suprime la
información con tensión o se toman medicamentos para anular los síntomas, la
energía generada irá adquiriendo más fuerza, siendo más difícil liberarla,
produciéndose enfermedades más graves o incluso crónicas. La única posibilidad
de que este proceso no se dé es ir integrando las experiencias, y estar
abiertos a lo que nos quieran enseñar. En definitiva, podríamos decir, que la
enfermedad es un medio de autoconocimiento importante.
Un
síntoma es una señal que atrae atención, interés y energía y, por lo tanto,
impide la vida normal. Un síntoma nos reclama atención, lo queramos o no. Esta
interrupción que nos parece llegar de fuera nos produce una molestia y desde
ese momento no tenemos más que un objetivo: eliminar la molestia. El ser humano
no quiere ser molestado, y ello hace que empiece la
lucha contra el síntoma. La lucha exige atención y dedicación: el síntoma
siempre consigue que estemos pendientes de él.
Cuando
comprendemos la diferencia entre enfermedad y síntoma, nuestra actitud
base, y la relación con la enfermedad se modifican rápidamente. Ya no
consideramos el síntoma como su gran enemigo cuya destrucción debe ser nuestro
mayor objetivo sino que descubrimos en él a un aliado que puede ayudarnos a
encontrar lo que le falta y así trascender el estado que llamamos enfermedad.
Entonces,
el síntoma será como el maestro que nos ayude a atender a nuestro desarrollo y
conocimiento, un maestro severo que será duro con nosotros si nos
negamos a aprender la lección más importante. La enfermedad no tiene más que un
fin: ayudarnos a subsanar nuestras «faltas» y hacernos íntegros en todos los
niveles que nos componen.
El
síntoma puede decirnos qué es lo que nos falta, pero para entenderlo tenemos
que aprender su lenguaje. El lenguaje es psicosomático, es decir, saber de la
relación entre el cuerpo y la mente. Si conseguimos redescubrir esta ambivalencia
del lenguaje, pronto podremos oír y entender lo que nos dicen los síntomas.
La diferencia entre combatir la enfermedad y transmutar la enfermedad, es que la curación se produce exclusivamente desde una enfermedad transmutada, nunca desde un síntoma derrotado, ya que la curación significa que el ser humano se hace más sano, más completo. Curación significa redención, aproximación a esa plenitud de la conciencia que también se llama iluminación. La curación se consigue incorporando lo que falta y, por lo tanto, no es posible sin una expansión de la consciencia.
POLARIDAD:
Enfermedad
y curación son conceptos que pertenecen exclusivamente a la conciencia, por lo
que no pueden aplicarse al cuerpo, pues un cuerpo no está enfermo ni sano. En
él sólo se reflejan, en cada caso, estados de la conciencia.
La
conciencia lo escinde todo en parejas de contrarios, y que nos plantea un
conflicto porque nos obligan a diferenciar y a decidir. Nuestro entendimiento
no hace otra cosa que desmenuzar la realidad en pedazos más y más pequeños
(análisis) y diferenciar entre los pedazos (discernimiento). Por ello, se dice
“sí” a una cosa y, al mismo tiempo, “no” a su contrario,
pues es sabido que los contrarios se excluyen mutuamente. Pero con cada “no”,
con cada exclusión, incurrimos en una carencia, y para estar sanos hay que
estar completo.
El
ego del ser humano desea tener siempre algo que se encuentre fuera de él y no
le agrada la
idea de tener que extinguirse para ser uno con el Todo. En la unidad, Todo y
Nada se funden en uno. La Nada renuncia a toda manifestación y límite, con lo
que se sustrae a la polaridad. El origen de Todo el Ser es la Nada.
Es
lo único que existe realmente, sin principio ni fin, por toda la eternidad. A
esa unidad podemos referirnos pero no podemos imaginarla. La unidad es la
antítesis de la polaridad y, por consiguiente, sólo es concebible, incluso, en
cierta medida, experimentable por el ser humano que, por medio de determinados
ejercicios o técnicas de meditación, desarrolla la
capacidad de aunar, por lo menos transitoriamente, la polaridad de su
conocimiento.
La
polaridad es como una puerta que en un lado tiene escrita la palabra Entrada y,
en el otro,
Salida, pero siempre es la misma puerta y, según el lado por el que nos
acerquemos a ella,
vemos uno u otro de sus aspectos. A causa de este imperativo de dividir lo
unitario en aspectos, que luego hemos de contemplar sucesivamente se crea el
concepto de tiempo, porque de la contemplación con una conciencia bipolar la
simultaneidad del Ser se convierte en sucesión. Si detrás de la polaridad está
la unidad, detrás del tiempo se halla la eternidad.
La
polaridad de nuestra conciencia nos coloca constantemente ante dos
posibilidades de acción y nos a decidir. Siempre hay dos posibilidades, pero
nosotros sólo podemos realizar una. Por lo tanto, en cada acción siempre queda
irrealizada la posibilidad contraria. Tenemos que elegir y decidirnos entre
quedarnos en
casa o salir, trabajar o no hacer nada, tener hijos o no tenerlos, reclamar el
dinero o perdonar la deuda, matar al enemigo o dejarlo vivir. El tormento de la
elección nos persigue constantemente. No podemos eludir la decisión, porque «no
hacer nada» es ya decidir contra la acción, «no decidir» es una decisión contra
la decisión. Ya que tenemos que decidirnos, por lo menos, procuramos que
nuestra decisión sea sensata o correcta. Y para ello necesitamos determinadas
normas.
Todo
camino de curación lleva de la polaridad a la unidad. El paso de la polaridad a
la unidad es un cambio cualitativo tan radical que la conciencia polar difícilmente
puede imaginarlo. La solución se encuentra donde todas las alternativas, todas
las posibilidades, todas las polaridades aparecen igual de buenas y verdaderas,
o igual de malas y falsas, ya que son parte de la unidad y, por lo tanto, su
existencia está justificada, porque sin ellas el Todo no estaría completo.
Por
ello, al hablar de la ley de la polaridad hemos hecho hincapié en que un polo
no puede existir sin el otro polo. Como la inhalación depende de la exhalación,
así el bien depende del mal, la paz de la guerra, y la salud de la enfermedad.
No obstante, los hombres se empeñan en aceptar un único polo y combatir el
otro. Pero quien combate cualquiera de los polos de este universo combate el
Todo, porque cada parte contiene el Todo.
LA SOMBRA:
Cada
identificación que se basa en una decisión descarta un polo. Ahora bien, todo
lo que nosotros no queremos ser, lo que no queremos admitir en nuestra
identidad, forma nuestro negativo, nuestra «sombra». Porque el repudio de la
mitad de las posibilidades no las hace desaparecer sino que sólo las destierra
de la identificación o de la conciencia.
El
«no» ha quitado de nuestra vista un polo, pero no lo ha eliminado. El polo
descartado vive desde ahora en la sombra de nuestra conciencia. Del mismo modo
que los niños creen que cerrando los ojos se hacen invisibles, las personas
imaginan que es posible librarse de la mitad de la realidad por el
procedimiento de no reconocerse en ella. Y se deja que un polo (por
ejemplo, el sacrificio) salga a la luz de la conciencia mientras que el
contrario (la pereza) tiene que permanecer en la oscuridad donde uno no lo vea.
El no ver se considera tanto como no tener y se cree que lo uno puede existir
sin lo otro.
Se
llama sombra a la suma de todas las facetas de la realidad que el individuo no
reconoce o no quiere reconocer en sí y que, por consiguiente, descarta. La
sombra es como el mayor enemigo del ser humano: la tiene y no sabe que la
tiene, ni la conoce. La sombra hace que todos los propósitos y las metas que la
persona puede plantearse le reporten, en última instancia, lo contrario de lo
que esa persona perseguía. El ser humano proyecta en un mal anónimo, que existe
en el mundo todas las manifestaciones que salen de su sombra, porque tiene
miedo de encontrar en sí mismo la verdadera fuente de toda desgracia. Todo lo
que el ser humano rechaza pasa a su sombra que es la suma de todo lo que él no
quiere.
Ahora
bien, la negativa a afrontar y asumir una parte de la realidad no conduce al
éxito deseado. Por el contrario, el ser humano tiene que ocuparse muy
especialmente de los aspectos
de la realidad que ha rechazado. Esto suele suceder a través de la proyección,
ya que cuando uno rechaza en su interior un principio determinado, cada vez que
lo encuentre en el mundo exterior desencadenará en él una reacción de angustia
y rechazo.
Proyección
significa, pues, que con la mitad de todos los principios fabricamos un
exterior, puesto
que no los queremos en nuestro interior. Nosotros siempre sentimos nuestra
sombra como un exterior, porque si la viéramos en nosotros ya no sería la sombra.
Los principios rechazados que ahora aparentemente nos acometen desde el
exterior los combatimos en el exterior con el mismo entusiasmo con que los
habíamos combatido dentro de nosotros.
Nosotros
insistimos en nuestro empeño de borrar del mundo los aspectos que valoramos negativamente.
Ahora bien, dado que esto es imposible, por ley de la polaridad, este intento
se convierte en una pugna constante que garantiza que nos ocupamos con especial
intensidad de la parte de la realidad que rechazamos.
Debe
quedar claro que no hay un entorno que nos marque, nos moldee, influya en
nosotros o nos haga enfermar: el entorno hace las veces de espejo, en el que
sólo nos vemos a nosotros mismos y también, desde luego y muy especialmente, a
nuestra sombra a la que no podemos ver en nosotros. Del mismo modo que de
nuestro propio cuerpo no podemos ver más que una parte, pues hay zonas que no
podemos ver (los ojos, la cara, la espalda, etc.) y para contemplarlas
necesitamos del reflejo de un espejo, también para nuestra mente padecemos
una ceguera parcial y sólo podemos reconocer la parte que nos es invisible (la
sombra) a través de su proyección y reflejo en el llamado entorno o mundo
exterior. El reconocimiento precisa de la polaridad.
El
reflejo, empero, sólo sirve de algo a aquel que se reconoce en el espejo: de lo
contrario, se convierte en una ilusión. El que en el espejo contempla sus ojos
marrones, pero no sabe que lo que está viendo son sus propios ojos, en lugar de
reconocimiento sólo obtiene engaño. El que vive en este mundo y no reconoce que
todo lo que ve y lo que siente es él mismo, cae en el engaño y el espejismo.
Hay que reconocer que el espejismo resulta increíblemente vívido y real, pero
no hay que olvidar esto: también el sueño nos parece auténtico y real, mientras
dura. Hay que despertarse para descubrir que el sueño es sueño.
Nuestra
sombra nos angustia. No es de extrañar, por cuanto que está formada exclusivamente
por aquellos componentes de la realidad que nosotros hemos repudiado, los que
menos queremos asumir. La sombra es la suma de todo lo que estamos firmemente convencidos
que tendría que desterrarse del mundo, para que éste fuera santo y bueno. Pero lo
que ocurre es todo lo contrario: la sombra contiene todo aquello que falta en
nuestro mundo,
para que sea santo y bueno. La sombra nos hace enfermar, es decir, nos hace
incompletos: para estar completos nos falta todo lo que hay en ella.
La
sombra produce la enfermedad, y el encararse con la sombra cura. Ésta es la
clave para la comprensión de la enfermedad y la curación. Un síntoma siempre es
una parte de sombra que se ha introducido en la materia. Por el síntoma se
manifiesta aquello que falta al ser humano. Por el síntoma el ser humano
experimenta aquello que no ha querido experimentar conscientemente.
El síntoma, valiéndose del cuerpo, reintegra la plenitud al ser humano. Es el
principio de complementariedad lo que, en última instancia, impide que el ser
humano deje
de estar sano. Si una persona se niega a asumir conscientemente un principio,
este principio se introduce en el cuerpo y se manifiesta en forma de síntoma.
Entonces el individuo no tiene más remedio que asumir el principio rechazado.
Por lo tanto, el síntoma completa al hombre, es el sucedáneo físico de aquello
que falta en el alma.
En
realidad, el síntoma indica lo que le «falta» a la persona, porque el síntoma
es el principio ausente que se hace material y visible en el cuerpo. No es de
extrañar que nos gusten tan poco nuestros síntomas, ya que nos obligan a asumir
aquellos principios que nosotros repudiamos.
Y entonces proseguimos nuestra lucha contra los síntomas, sin aprovechar la
oportunidad que se nos brinda de utilizarlos para completarnos. Precisamente en
el síntoma podemos
aprender a reconocernos, podemos ver esas partes de nuestra alma que nunca
descubriríamos en nosotros, puesto que están en la sombra. Nuestro cuerpo es
espejo de nuestra alma; él nos muestra aquello que el alma no puede reconocer
más que por su reflejo. Pero, ¿de qué sirve el espejo, por bueno que sea, si
nosotros no nos reconocemos en la imagen
que vemos?
La
sinceridad para con uno mismo es una de las más duras exigencias que el hombre
puede hacerse. Por ello, desde siempre el conocimiento de sí mismo es la tarea
más importante y más
difícil que pueda acometer el que busca la verdad. El conocimiento del propio
ser no significa descubrir el Yo, pues el ser lo abarca todo mientras que el
Yo, con su inhibición, constantemente
impide el conocimiento del Todo, o del Ser. Y, para el que busca la sinceridad
al contemplarse a sí mismo, la enfermedad puede ser de gran ayuda. ¡Porque la
enfermedad nos
hace sinceros! En el síntoma de la enfermedad tenemos claro y palpable aquello
que nuestra
mente trataba de desterrar y esconder.
La enfermedad hace sincera a la gente y descubre implacablemente el fondo del alma que se mantenía escondido. Esta sinceridad (forzosa) es sin duda lo que provoca la simpatía que sentimos hacia el enfermo. La sinceridad lo hace simpático, porque en la enfermedad se es auténtico. La enfermedad deshace todos los sesgos y restituye al ser humano al centro de equilibrio. Entonces, bruscamente, se deshincha el ego, se abandonan las pretensiones de poder, se destruyen muchas ilusiones y se cuestionan formas de vida. La sinceridad posee su propia hermosura, que se refleja en el enfermo.
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